AL AIRE LIBRO

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viernes

La Pequeña Gigante, Fellini y el Once

Dura competencia por el Oscar a la mejor película extranjera libraban en 1974 la adaptación cinematográfica argentina de la novela La Tregua, del uruguayo Mario Benedetti, y Amarcord de Fellini.
Tuve oportunidad de ver ambas en un cine de Avellaneda en la capital argentina. Ni mi cercanía americana con Benedetti, ni la simpatía militante con las mismas causas impidieron que mis recuerdos mas potentes sean de Amarcord, no por nada en el dialecto de la Regia Romana, de la cual es oriundo el director italiano, como su guionista Tonino Guerra, la palabra a m´amarcord significa “me acuerdo” .

Las acciones ocurren en un pequeño pueblo de la Italia fascista de Mussolini. Allí transcurre una vida cotidiana, aparentemente sin grandes sucesos, aunque pleno de esas pequeñas cosas que llenan la vida de un pueblo cualquiera. Escenas llenas de picardía, mujeres voluptuosas, misteriosas resistencias, fiestas casi costumbristas hasta que algo novedoso se anuncia en el ambiente. Las familias enteras aprestan sus pequeñas embarcaciones para emprender un viaje a alguna parte. Cocaví, vino y acordeón se transforman en inusual estiba naviera con abuelas y jubilados de la pesca. Huele a acontecimiento cuando los remeros comienzan entusiasmados la faena de adentrase en la mar. La ansiedad por llegar a no sabemos dónde, hace mas largo, pero alegre el camino.
Oscurece cuando en medio del agua los botes se detienen y esperan. Pasa el tiempo y la oscuridad aumenta con rebrotes de ansiedad.
Los gritos despiertan a los que han sido vencidos por el sueño. Desde la oscuridad del océano se divisan destellos entrecortados. Las exclamaciones callan, las luces se acercan, se multiplican, se intensifican, y melodías van y vienen con el viento detenido como la respiración de los humildes comensales. El contorno de una inmensa embarcación casi fantasmagórica avanza majestuosa hasta llenar el campo visual de los pasajeros de los botes que abren sus ojos y bocas maravillados. La orquesta inunda con sus sones la inmensidad del mar, antifaces y vestidos con lentejuelas se asoman desde la inalcanzable cubierta agitándose en saludo condescendiente. Las mujeres de los botes, embelezadas, los hombres incrédulos, aplastados por la inmensa sombra del iluminadísimo Transatlántico REX que trasporta a los privilegiados de Il Duce.
Lentamente la mole se desplaza, desaparece el brillo de los oscuros ojos vasallos, se empieza desinflar el alma, el vacío y el silencio disipan el éxtasis. Detienen en tiempo de la nada. Los mas jóvenes , con desespero
siguen el curso del barco que se aleja. La estela se desdibuja en la oscuridad y la distancia.
La noche absoluta, detenido el tiempo. El desencanto, las pequeñas embarcaciones se contonean lentamente. Con desgana un remero mueve un brazo, el guía reversa la proa hacia tierra. Uno a uno, menos uno los remos se hunden en el mar, la procesión navega.
Ha sido la expresión de la cultura fascista, que una vez al año carnavalea en las costas del pobre, los aplasta, embriaga y abandona.
Las botellas vacías, huesos pelados y migas frías. La pequeña gigante sigue su curso hacia Nueva York.
La vida ha vuelto a la normalidad hasta el 11, un once, esta vez de marzo, cuando un transatlántico aéreo atracará en los cielos de Chile.