AL AIRE LIBRO

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jueves

Cuento contra la amnesia


CUENTAS PENDIENTES

Aunque los niños eran pequeños, cachaban todo.
Estaban nerviosos, no querían jugar, ni comer. A ratos lloraban.
Nuestros tibios intentos por distraerlos eran en vano. Parecían, y perdón por la analogía, un par de moscas en día nublado, esas que rondan y zumban incansablemente, alrededor de nuestro, inconcientes, por cierto, del peligro de los manotazos que uno tira, exasperado, a diestra y siniestra, sin apuntar sino a nuestras propias orejas.

María prendió la tele que estaba arriba del refrigerador que ocupaba, imponente, pechugón, (aunque medio vacío por dentro) el mejor lugar, bajo la escalera del único ambiente cocina-comedor-living. La programación había sido interrumpida, una vez mas, para informar de un nuevo ajuste económico. Los servicios básicos de luz, gas y agua, se podrían al nivel internacional, lo que significaría un alza moderada de sus valores. El supremo gobierno llama a los chilenos a poner su cuota de sacrificio por el bien del país.
La mirada de María chispeó de negra angustia.
Desde la calle el zumbido de un motor se acercó amenazante a la puerta de la casa. La respiración se contuvo, los niños dejaron de girar, el cerró los ojos, para evadir, por segundos la realidad. Sin detenerse el vehículo se alejó hasta perderse calle abajo.
Los niños volvieron a chillar
-sabía que esto iba a pasar- dijo la mujer con un tonito acusador.
-¿pero que podía hacer? Dice el, tratando de disculparse por la situación que estaba haciendo pasar a su familia.
-Desde hace un par de meses que nos hemos venido salvando, pero, tu sabías que tarde o temprano nos iba a tocar.
-Shh, parece que ahí vienen- anuncia ella mientras se cambia de posición para no ser vista desde la calle. -Niños, niños quédense quietos y en silencio.
-Qué sacamos vieja, si aunque no haya nadie ellos igual proceden y es para peor.
-¿Qué podemos hacer?
-Nada, por ahora, pero ya se arreglarán las cosas, recuerda que no hay mal que dure cien años.
-si claro, tu siempre tan optimista, pero viste como ayer quedó la embarrada en Cerro Alegre.
-Si y antenoche el cerro Frutillares quedó casi completamente a oscuras, dicen que se escaparon muy pocos.

Un vehículo se acerca lentamente, con su motor petrolero ronroneando poderoso, como contenido, bufando. Se detiene una par de casas mas allá.
-Parece que están en la casa de los Negrete…
¿Son ellos? susurra ella
-No sé, no sé, grita él sin poder contenerse.
-Mira mujer, lo mejor que vengan cuanto antes, ya no aguanto mas la incertidumbre, tarde o temprano vendrán, si no es hoy será mañana, pero vendrán, tu lo sabes.

El motor no ha dejado de bufar, el trata de ver el vehículo por la separación entre el visillo y el marco de la ventana. Fija sus ojos en la callé, en el ángulo preciso por donde se asoma, lentamente, como olfateando, la trompa de una camioneta gris.
–son ellos, ya vienen…
retroceden, respiran agitados
El golpe a la puerta es enérgico.
-yo voy, dice María.
Pero el se adelanta, sabe que es su responsabilidad y quiere que la mujer y los niños se mantengan ajenos.
-Saca a los niños de aquí, que no vean nada. Llévalos al patio.
Abre la puerta. Tres hombres de casco cubren el vano de la puerta, los dos mas pequeños cubren las espalda del que parece ser el jefe, un cuarto hombre permanece, atento en el volante de la camioneta de doble cabina y cubierta por un grueso toldo.
Antes que el dueño de casa pueda decir algo, el jefe casi gruñe:
-¿José Catalán?
-Si señor
-Usted tiene una cuenta pendiente con nosotros.
-Si los que pasa es que…
-lamentablemente ya es demasiado tarde para explicaciones,
dice el jefe, mientras estira y retira rápidamente, antes que José pueda ver lo que contiene, una la carpeta
-aquí traigo la orden.
La mujer asoma la cabeza por un costado, los niños se abrazan a las piernas del padre y gimen
-pero señor …
-Nada de pero señora ya no hay nada que hacer, las órdenes son órdenes, su marido no ha pagado la cuenta y la vamos a cortar la luz.