AL AIRE LIBRO

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jueves

El Oficio de las artes: Presentación de la serie

El arte de los oficios o el oficio de las artes?

Cuando se trata de Tomé, aldea, ciudad, puerto, en cuya formación han intervenido tantos y distintos hombres y mujeres con oficios que sus manos se han transformado en arte, no sabemos si este Tomé, ¿es una ciudad mas, como tantas otras, o es una gran obra de arte extraída del mar por indios y pescadores, pintada en los cerros por sacrificados pobladores y las acuarelas de artistas del color, tejida en los telares de los siglos, cultivada en los bosques, tallada en maderas barcos y grabados, huerteada en tierras aledañas al Collén, escrita en periódicos y libros, confeccionada en trajes oscuros por el sastre y modista del barrio? Tomé y su cultura, su cultivo, es una multicultura, de allí su riqueza.

Quiero ir mostrando la misión cumplida por las generaciones de pescadores de sueños, de hilanderos del calor humano, toneleros del vino cariñoso. Se acumulan nombres y oficios, épocas y actividades, polleras y pantalones, obreros y emprendedores, pintores y poetas. Falta tinta en el tintero para contar de tanta historia, y nos falta memoria para los tantos que la hicieron.

Es que aún sigue la duda, si Tomé ¿es una ciudad mas, como cualquier otra o es una obra de arte oficiada por su gente, desde la plaza hasta los cielos, desde la orillita de la playa hasta la cresta de mundo? Digo el Neuque

El viejo leñador devino en tallador artesano, Alejandro Cartes, , de sus mientras otros como Américo Caamaño, Santiago Espinoza, Boris Montecinos llegan a convertir el oficio en arte.

El gran Manuel Rojas, escritor conocido por su Vaso de Leche e Hijo de ladrón entre muchas otras obras, seleccionó parte del Diario de Viaje de un Capitán inglés que pasó, hace ya muchos, muchisimos años nuestras tierras.

Dice: “De Penco nos hicimos a la vela, a lo largo de la costa, hacia Tomé, bonita caleta situada en un lugar muy pintoresco y rodeado de rocas y árboles gigantescos. En la parte más elevada se divisa una pequeña aldea oculta por el espeso follaje de los árboles.

Parte de la tripulación desembarcó a alguna distancias de las casas, a fin de pasearse por la playa. Luego llegaron varios habitantes a invitarnos a la aldea donde nos rodea una gran multitud de gente que nos ofrecía en venta madera para construcción.

Mientras terminábamos nuestras compras de este artículo, la luna apareció de repente tras los árboles, acompañada de Júpiter y Saturno; y el aspecto brillante y luminoso de este espectáculo formaba vivos contrastes con la oscuridad que nos rodeaba.

Y continúa el Capitán

Con gran sorpresa muestra uno de los naturales dejó caer a tierra la madera que venia cargando y mirando fijamente el cielo nos preguntó cómo encontrábamos el paisaje: “Es magnífico“ le contestamos. “Si señor, resplandeciente“ exclamó con acento en el que vibraba una emoción igual a la nuestra. Esta observación es de poca importancia y yo no la cito sino como una prueba del entusiasmo que demuestra este pueblo grosero e ignorante en presencia de las bellezas de la naturaleza. Este era el primer ejemplo que veíamos de este placer y este sentimiento entre los habitantes de la América del Sur.

Y cada cierto tiempo, desde entonces, quizás desde antes, llega gente, ya no desde el mar, y apenas bajan el caracol, descubren que este pueblo, que no es grosero ni ignorante, aún se estremece de placer y sentimiento ante la belleza.

La madera para construcción sigue saliendo, de las barracas ahora. El año 1960 gran parte de las casas prefabricas que se ocuparon para superar la emergencia del terremoto, salieron de Tomé. También desde aquí, a los pocos años salieron los primeros embarques hacia Italia. En la empresa que exportaba trabajaba Rafael Ampuero, reconocido artista tomecino, Premio Municipal de Arte, uno de los grandes grabadores chilenos- junto a Hermosilla y Santos Chávez, decía Nemesio Antúnes- de esos que sobre una plancha de madera tallan un motivo, la entintan como un timbre, traspasan al papel, lo enmarcan y cuelgan en la historia un pedazo de belleza.

El arte del grabado es un arte democrático, pues, una misma obra, del mismo artista, llega mismamente a tantas personas como copias originales se puedan hacer. La herencia de Ampuero, el pintor azul, como la llamaba, el poeta Alfonso Mora, fue trasmitida a connotados, directos e indirectos discípulos como Santiago Espinoza, reconocido y con justeza con el Premio Municipal de Arte, por su larga y prolífica trayectoria en la plástica local, regional y mas p´allá; obras suyas en distintas técnicas se encuentran en distintas partes del mundo. Una, cuya pérdida irreparable lamentamos, y que tenía que ver con su oficio de tallador de las maderas, fue su “Alegoría al mar” que en un Tilo resecado en la Plaza de Tomé, talló con sus mascarones de proa hacia los cuatro vientos como para protegernos de los males que acechaban la navegación del sueño tomecino.

Ese recordado árbol, justo al medio de un día, cuando venía la calma, no mediando brisa alguna, ni el aletear de una gaviota, mientras en la puerta de La Peña tramábamos con Chago alguna nueva historia,

El gigante vegetal cae

Los mascarones de proa se dibujan esperpénticos

Trata de levantarse

Salta un par de metros

Un estertor

Y allí queda

Extenuado tendido

Américo Caamaño, es otro de la misma estirpe que en la noble madera escribe, gruñe, dibuja, de la raza humana, raza de sal, dice Alfonso Mora, el poeta, por los cocholguanos. Américo profesor y maestro, talla pescados, redes y trenes, mares de espuma y gaviotas en el cielo. También merece y obtiene el Premio Municipal de Arte de Tomé, y talla y expone y talla.

Inaugurando su exposición en la sala Rafael Ampuero (23 de septiembre al 10) Alejandro Cartes, premio Municipal 2008, señaló poéticamente que hacía sus trabajos en las raices que bota el mar. ¿Por qué a este mar que no soporta las amarras le llamaron Pacífico?

Y mientras estos tomecinos nos honran, hay otros, pocos mal, tres para ser precisos, dos negociantes y un Diostor mas precisamente aún, que ante la oferta de un libro dijeron que no estaban para esas cosas. Pero esos son costal de otra historia.

AL final de cuentas el bosque que habitaba la bella caleta que vio el capitán inglés, y que en el siglo 19 fué rozado para sembrar trigo y mandarlo a California de norteamérica, renace agigantado en el oficio noble de un taco entintado que regala la belleza a los naturales de este pueblo que no es, ni ha sido grosero ni ignorante.



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