AL AIRE LIBRO

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viernes

El arte de los oficios: Los Pescadores

El Arte de los oficios o el arte de los oficios
Pescadores y mariscadores

Mi oficio de hoy es recoger la experiencia de otro arte.
al azar lanzamos el anzuelo, sin consideraciones de importancias o cronologías, recogemos la lieza y agarramos el oficio de pescador ¿qué les parece? Mas de algún pescador conocerán ustedes, ¿o solo los han visto como parte del paisaje marítimo?
El pescador no es una persona, sino que es una familia. Es la esposa que saca (o sacaba) y seca la pescada al sol y cada tarde, antes del rocío, entrarla, hasta que se convierte en una gallina castellana. El pescador es el hijo pequeño que une sus brazos para hacer la fuerza que vara el bote playa arriba, lejos de la alta marea, a la vuelta de la pesca. Y el abuelo que no jubila, mira nostálgico hacia la mar mientras remienda las reses que rompe el lobo marino, o algún enredo en las rocas. El pescador se extiende en la mujer mariscadora, esa que

Cuando la pestilencia de las chimeneas
Empurpura las alas
Y el trigo ondula, lejano y duro
Custodiadas por celosos guardianes,
Las mariscadoras cantan con las olas
Cuando el sol declina
Y el litoral se llena de ruidos fronterizos

Es la mujer que en grandes tambores caseros cuece apancoras para venderlas en la explanada o minuciosa, sacar la carne para que en mesones ajenos se gusten carapachos y pasteles manjarosos.

Raza de sal
Sueña Cocholgue,
Gente que por las tardes
Seca el tiempo en sus redes;
Y en los ocios terrestres
Cuidan cardúmenes de hijos
Que apadrinan viñateros
Y mariscos


Canta acertadamente ¿ no? Alfonso Mora ese más poeta que abogado, en su libro La Bestia Mágica.

Este oficio de huachis y reses es ajeno a la madera de la que ya algo hablamos. La carpintería de rivera, es decir la construcción de embarcaciones es un oficio antiguo, lleno de secretos, riguroso, paciente: hervir agua en grandes tubos para sumergir la madera larga como un tallarín hasta ablandarla y torcer con la forma del casco de la embarcación, luego otra tabla y mas leña, y una nueva pieza, que se seca y se endurece y con pabilo, una cuerda de cáñamo, calafatear la nave, taponear los espacios entre tabla y tabla.
En la parte superior, al borde del bote van las chumanceras y sus toletes que sujetan los remos, esas palancas-paletas nadadoras de peligrosos mares adentro, lejos de la costa de Quichiuto, Los Bagres, Cocholgue, Dichato y mas allá del norte y mas acá del sur. Remos silenciosos en las noches de oscurana, para no espantar al pejerrey. O remos crujientes, jubilosos, en las manos callosas del pescador que caló bien la red, justo allí en el cardumen abundante.

El pintor Héctor Herrera Sanhueza, el pajarero como llamó Pablo Neruda, a este tomecino, Premio Municipal de Arte, que ilustró su Arte de Pájaros publicó también su propio librito llamado Historias de Altome, en el recuerda la playa, es una mirada de pintor, es el recuerdo de un niño, naif, según los entendidos, creo.
Dice Herrera:
Después de las tediosas sesiones del colegio siempre me dirigía a la playa a contemplar absorto como los pescadores extendían cantando sus grandes redes en el mar ayudados por sus botes para luego anclar la red a las orillas de la playa y luego de dejarlas como media hora, por medio de largos cordeles, tirarla y (como en la pesca milagrosa de la Biblia) la red salía llena de lenguados, peces, rollizos, jaibas y tantos otros especímenes del mar. Y solícito les ayudaba a recoger la red y los pescadores retribuían mi trabajo con una sarta de pescados, los que eran muy bien recibidos por mi abuela en el hogar.

Mencionamos al poeta Alfonso Mora, nacido en Tomé, fue abogado por imposición paterna, transitó su vida renegando del estrado, mas en el mar y la poesía, entre la pasión y la noche. Terminó su vida temprano, a los 47 años, legándonos- como lo recuerda Alfonso Alcalde- trescientos poemas, una chaqueta miserable, su familia y un par de zapatos de esos que pintaba Van Gogh con la boca abierta.

El poeta sentencia

Si no fuera por el mar no viviría

Y reafirma su relación con el mar, como la que tienen los tomecinos con el mar y la belleza. Interpreta la sensibilidad del tomecino, pueblo que sorprende al capitán ingles citado por Manuel Rojas (ver parte primera), cuando escribe:
De dónde pudo
Nacer la belleza
Sino del mar.


La pesca y la marisquería, nutren y enriquecen desde antaño, desde la etnia primigenia el crisol la cultura tomecina. La madera de la tierra se junta y se besa con las olas para extraer la pescada en la abundancia de antaño, el luche y el cochayuyo que con papas rechazó cada cabro chico en la mesa humilde del obrero, porque no todo es jauja en este valle de lágrimas. La vida bulle, nos zarandéa y provoca.

Alfonso Mora de nuevo
Soy el reverso del océano: en mis profundidades las olas revientan como rebenques colérico se retuercen las algas como pulpos agónicos.
Mora mucho más dionisíaco que apolíneo, desmedidamente mas poeta que abogado contrasta con la pureza y ternura de la mano cincel de José Vicente Gajardo, Premio Municipal de Arte, escultor salido de entre las piedras de una antigua cantera de Bellavista, que modela con la paciencia casi monacal la dura piedra hasta ablandarla, redondearla, ponerla en movimiento, darle levedad para encarnarse con San Pedro-pescador en la rivera tomecina, justo allí en la explanada, donde compran las gaviotas su merienda.
El maestro pescador emprende zarpe, a calar las redes, a buscar la pesca milagrosa, que se hace esquiva, que se aleja, se contagia, se sumerge y arrastra, muchas veces, los sueños hasta el fondo, sin regreso, del mar.
O el mar se hacía generoso, tanto que venía a dejar sus riquezas a domicilio.
Héctor Herrera: Había ocasiones en que la playa amanecía plateada de sardinas (el pueblo las llama varaduras) y otras veces eran jibias.

El mar, como la vida, tiene violentos contrastes, unas veces generoso en extremo, otras veces egoísta.
El ojo atento del niño Herrera lo capta, el pintor maduro lo pinta y narra con sabiduría:
La playa siempre ejerció en mi un embrujo especial y tanto es así que después de ayudarles en sus faenas a los pescadores volvía a ella a construir barquitos de arena en su orilla para posteriormente contemplar como las olas de un certero y violento golpe deshacía estos frágiles barcos y en silencio meditaba que los barquitos representaban a los sueños y las olas a la dura realidad que los destruye.

Pero vuelve el mar a la carga, con su ir y venir de olas, de sueños y barquitos destruídos.

Hector Herrera, El pajarero que ya se fue nos lega el optimismo, el color y la alegría de sus pájaros preñados de pájaros preñados de pájaros... Siempre la esperanza:
Ocurría que en los temporales el mar se encrespaba tanto que el oleaje era tan fuerte que mandaba a pique los faluchos y la playa se llenaba de barriles de vino y sacos de harina y de gente del pueblo que hacía “su agosto” recogiendo lo disperso en la playa.

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