AL AIRE LIBRO

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viernes

El Oficio de las Artes: Los Grabados de Américo

Américo Caamaño: o el oficio de las artes

Presentación a Alguna vez los trenes

Cuando nos referimos a Tomé, aldea, ciudad, puerto, galaxia, como lo instauró Alfonso Alcalde, formado por tantos y distintos hombres y mujeres con oficios que sus manos han transformado en arte, no sabemos si este Tomé, es un lugar mas, como tantos otros,
o es una gran obra de arte
extraída del mar por indios y pescadores,
o pintada en las faldas de los cerros por trancos vespertinos
y acuarelas tempranas
urdida en los telares de los siglos,
cultivada en los bosques, esculpido de combatientes mascarones de proa,
conjuros de bestias mágicas y fascistas varios
o huerteada con juncos en tierras aledañas al Collén,
escrita en periódicos y libros y cincelada en santos pétreos que se internan eternos en la mar
o confeccionada en trajes oscuros por el sastre y modista del barrio.

Tomé y su cultura, sus cultivos,
nombres y oficios, épocas y actividades, polleras y pantalones, obreros y emprendedores, pintores y poetas.
Ocios y negocios
En fin, una majamama,
por eso, su riqueza.

Y persiste, entomecinada, la duda, si éste es un pueblo mas, como cualquier otro o es una obra de arte oficiada por su gente, desde la plaza hasta los cielos, desde la orillita de la playa hasta la cresta de mundo, digo el Neuque.

Falta tinta en el tintero para contar de tanta historia, y nos falta memoria para los tantos que la escriben como el viejo leñador que engendró cabros que ofician, desde la temprana escuela, de talladores de trompos y figuras que la rama seca insinúa. De entre ellos, de los que transforman el oficio en arte, devienen grabadores como Américo Caamaño, profesor, maestro y pintor de evidente prontuario que cuchillo en mano, con la pandilla de Rafael Ampuero y sus gañanes recorre bosques y geografía tallando sobre árboles y pedazos de madera un motivo, que, entintado, como un timbre, traspasa al papel, para dejar a la historia y la belleza un pedazo de la realidad colgado en las murallas del pobre.

Américo Caamaño es de la estirpe que en la noble madera escribe, gruñe, dibuja, de la raza humana, de la nuestra raza de sal, de los hombres y mujeres del mar, como los llama Alfonso Mora, el poeta.
Américo, talla pescados, reses y oscuranas, entre las espumas de las olas y las de plumas en el cielo.
Y desde el pasado, casi, casi desde el olvido, ahora llegan los trenes.



Ber o no ver that´s the cuestión

Quien mejor ha acercado a este cortazariano, convencido de que la realidad está construida de palabras, al mundo de la imagen, ha sido Roberto Matta con sus Invitaciones a conjugar el Bervo Ber .

Américo Caamaño ha aprendido, perseverante, el oficio de mirar y con jugar con sus amigos el bervo ver.

A pesar de que su visión de la realidad respeta la perspectiva renacentista, que intenta asemejar el dibujo a la visión humana, para lo cual las rectas paralelas se representan como convergentes: las vías del tren, por ejemplo, parece que se juntan, ¡oh paradoja!, cuando se alejan, nuestro tomecino ilustre e ilustrador, subversivo, concentra las líneas de su pincel en el hombre.

Por eso las visiones que nos quedan grabadas en la retina y en el alma son ambivalentes. Nos ubican a ambos lados de la ventana al mismo tiempo. No nos quedamos inmutables ante sus paisajes ferroviarios, no sabemos si a través de la ventana del tren somos los que vemos o los que somos vistos. Asimismo sus pájaros, y cabezas de pescado, sus telares y ruinas textiles. Pero siempre el espíritu que ronda, sobrevive, revive, grabado

En la ventana del tren con-juegan nuestros ojos con el pasado y la leve brisa del futuro.

Les invito a poner la frente en el vidrio de la ventana del tren y sentir el tacatacatatá por el riel.

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